El otro día estuve comiendo con unos amigos en el
restaurante de otro amigo en el que trabaja toda su familia. Sí, así es. Es un
negocio familiar. Es un negocio que va tirando, donde se trabaja a saco para dar
de comer a todo el mundo y bien y donde hablas con la madre de tu amigo y te
dice “¡qué gordo estás!”, o con el hermano que ni siquiera te saluda porque
nunca te reconoce, y se conversa con la gente que hay en la pequeña barra que da
paso al comedor y se hacen bromas y me gusta robar los torreznos de otras mesas
y donde todo parece que funciona pero casi todo el mundo está jodido pero te
sientas a la mesa y te bebes un par de botellas de vino entre unos amigos y
comes una comida que hace la madre de mi amigo y es casera y buena y rica y te levanta
el ánimo y hablas de cosas trascendentes e intrascendentes, de la vida y de la
muerte, así, y mientras hablamos del pasado y del futuro van pasando las
ensaladas con queso de oveja, la dorada, el judión, y llegan los licores y
cierra el restaurante y nos quedamos dentro un buen rato charlando, bebiendo y
hablando, y seguimos haciendo planes y mirando al pasado.
Se echa el cierre aquí pero seguimos un rato, nos tomamos un gin-tonic
en un bar argentino repleto de chapas con viejos anuncios de una cerveza muy
conocida aquí pero, por lo que vi, también argentina. Acompaño a mis amigos al
coche. Les esperan sus trabajos, sus niños, sus compromisos. Yo sigo por las
calles rumbo a los bares de mi barrio, estoy de nuevo de vacaciones. Con paso firme y sereno. Se combinan cervezas sin
alcohol con alcohol y una detrás de otra y me encuentro con unos colegas en el
bar de los colegas de siempre y nos ponemos a hablar de música, de The Only Ones, hasta que caigo en la
cuenta que en vez de pedir cañas porque no me pido esos fantásticos vasos de pinta
de cerveza (una medida aproximada) y caigo en la cuenta al cabo de un rato de
que mis pasos me están llevando hacia otro garito que son más de las dos AM y
que estoy anestesiado, que no hace frío ni calor y que apenas sé si estoy
dentro de mi cuerpo o subido a un árbol o me he transformado en un trozo de luz
que ahora entra por la puerta y deja caer un peso sobre un pesado banco de
madera y que la oscuridad al fondo de aquel bar hace todo lo demás pues al
volver(me) mi cara hacia la izquierda veo una cabeza que creo que no es la mía,
una preciosa y enorme cabeza que mira hacia el frente, creo que ignorándome
pero me doy cuenta de que estoy hablando con él o con ella, y me fijo en sus
grandes rizos dorados, (¿en sus rozos dorados?) en su enorme cabeza casi
angelical, no sé si he pedido una cerveza, no sé si estos ojos que ven son los
míos o son los de un sueño de alguien que me sueña lo cierto es que esa figura
me habla y que la escucho y que para que sea real y no todo ese sueño que me
sueña, todo aquello que he escrito un par de líneas más arriba, y me entrega
algo “para que puedas acordarte”… Entramos La Cabeza y yo en otro garito y al rato me doy
cuenta de que estoy mirando fijamente al camarero y que el camarero me reconoce
pero no sabe qué es lo que quiero porque
realmente no sé si soy yo el que está mirando al camarero o es otro que tiene
mis ojos pero que no tiene mi boca y me doy cuenta de que mi cerebro se decide
a hablar y me recrimina entre diminutos chispazos que forman un mensaje duro
como una piedra que se deshace entre las neuronas de mis cerebros, porque en
este momento no sé si tengo un cerebro o dos o más, como si fuera arena, como
si fueran plumas sónicas: “¡pero qué estás haciendo…!”. Y me marcho pero no sé
si me marcho yo o solo mi cerebro…
Así que no sé, no sé cómo he llegado hasta aquí, qué hago en
mi cama y toda esa luz ahí fuera, pero ¿cómo he conseguido volver otra vez
hasta aquí? Así que comienzo a recordar y me viene a la mente aquella cabeza,
aquella mirada fija hacia el frente, aquellas palabras que seguramente cruzamos
pero que nunca recordaré ni sabré nunca de qué estuvimos hablando y me registro
los pantalones para comprobar que sí, que ahí está: es una goma del pelo
amarilla. Nada más que una goma del pelo de color amarillo en el bolso trasero
de mi pantalón.
2 comentarios:
Me gusta la inspiración psicodélica de la circunstancia de "Una goma del pelo amarilla en el bolsillo trasero de tu pantalón"
Saludos. ;-)
El "celebro" chino siempre está de fiesta, de ahí su asombrosa capacidad laboral. Jls
Publicar un comentario