miércoles, diciembre 24, 2008

He estado buceando por internés por si alguien se acordaba de Mariano José de Larra y su Navidad de 1836. Poco tiempo después, el 14 de febrero, se pegaría un tiro en, si mal no recuerdo, en casa de su hermana, lugar que se encuentra muy cerquita del viaducto de la calle Segovia, lugar de suicidios e historias como esta: http://ejepeatonal.com/article264.html

El número 24 me es fatal: si tuviera que probarlo diría que en día 24 nací. Doce veces al año amanece, sin embargo, día 24; soy supersticioso, porque el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus gobiernos, y una de mis supersticiones consiste en creer que no puede haber para mí un día 24 bueno.

(...) tiro del ovillo, y tiro como gato calculista como gato panza arriba, como gato diccionario, gato que gatea por las palabras que van desovillándose limpiamente. No me gustan ni los gerundios ni los adverbios en mente (...)
Larra, trasunto de Umbral o viceversa, escribió aquel texto de manera alucinada, dolorosa. supongo que con la rabia de ser quién era y de no ser nada. De ser Larra.
(...) Parece que sí, que se acuerdan de él. Por ejemplo comienzo a escribir este texto que no sé dónde iba a acabar pero sí que ocurrió cuando al volver a casa me encontré a una chica rodeada de polis. La chica era de mi instuto. Al volver la cabeza vi a un chaval agarrándose, por fuera, a la barandilla del viaducto, a un solo paso del vacío.

Recuerdo una noche, hace muchos años ya. Recuerdo que estaba en un pretil del viaducto.
Tú contestabas las preguntas de la policía narrándoles mi único delito. "No me dejes, no me dejes, me rompes el corazón". Así que salté al otro lado, tú llamaste pidiendo auxilio. Me pediste por favor, me rogaste que lo dejara, que volviera al otro lado.
-¿Qué lado? -te pregunté.
Luces y sirenas. Un psicólogo de guardia y dos munipas con pistolas. Era de noche, las doce y cuarto, y casi nadie pasaba por allí, solo un muchacho. No sé por qué, pero me fijé en él. Me gustaría ser él: no enamorado, no obsesionado, no dependiendo de ti: tú, mi amor, mi última vida. Las voces de aquellos que intentaban evitar mi fuga se cristalizaron en mi cabeza. Solo quería saltar y demostrarte lo mucho que te amo. Y así lo hice.
Al despertar sentí que un remolino marítimo, una gigantesca espiral de cristal líquido y transparente giraba sobre mi cabeza, a un par de metros sin tocarme. Levanté un brazo y logré tocar tu rostro pero al instante desapareció. Se lo llevaron las olas. Y todo se volvió oscuridad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La chica del instituto es una idiota que se pasará toda su vida aferrada al viaducto, y a ese aliento frío del viento, que azota con furia su rostro, suplicando "no me dejes, no me dejes, necesito sentirte cerca, ya no puedo vivir sin ti", llorando desconsoladamente porque no quiere morir tocando sólo aire...