Horas asesinadas en los bares
Llega una hora del brazo de un minuto pequeñajo, enclenque y con cierta tendencia a la cojera.
Al rato, un buen rato gordo, enorme y un poco timorato, pide un vino, un vino recio, fuerte con color a huida, a marcha o más bien hacia la fuga. El rato se larga habiéndose bebido el vino que se fue y surge por la puerta un tiempo que es aún más grande, más guapo, resultón, de amplia sonrisa y como boca, un enorme collar de moto de cuentas blancas. Éste hace pesas en un gimnasio, se le nota bien, donde entrena mujeres bien macizas donde dicen "no perder el tiempo".
La hora se ha cansado del minuto y en este impás, que baila cayéndose entre las sillas, organizando siempre alboroto entre las mesas, la hora ha soportado a 59 minutos igual de pequeñajos, enclenques y con cierta tendencia a la cojera.
A la hora de pagar, no paga, siempre se oculta entre minutos y uno de ellos accede y saca de su bolsillo un montón de segundos.
-¡Maldita calderilla! -masculla el camarero.
-¡No me llega!, masculla el minuto asustado ante la hora que se oculta entre todos, clientes importunos que chillan, patalean sin cojera, ante la violencia, dicen, del camarero.
-¡No me llega, joder, no me llega!
-Pues si a ti no te llega... estamos aviaos. ¡Todo el mundo a la puta calle! -responde dejándolo por imposible el camarero.
-¡Qué pena que lo diga un minuto!, ¡es tan triste! -exclama el día que también se marcha, con un puro que humea en gris o de colores según... ¿según qué?
(ENTRADA PUBLICADA EL 9/8/2009)
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