jueves, diciembre 03, 2009

Camilo duerme

Camilo ya no sabe que es Camilo. Sabe que es un trozo de algo que ve y se siente rodeado por lo que no se define ni desea definir sino que solo lo contempla como un espectador que solo viese, de forma exclusiva.
Qué importa ser ahora, sea quien sea. Podría ser un junco en un río, una espadaña, una libélula o un sapo que se agita antes de alcanzar aquel insecto que también puede ser el ser del sueño de Camilo. O un trozo de cualquier cosa en cualquier ciudad.
Ahora la palabra cosa, ahora la palabra ciudad.
“No. Creo que no”, se dice Camilo antes de pasar a un estado de duermevela.
Camilo habla en sueños. Se lee en sueños sus sueños. Es esta la única materia que experimenta si podemos llamar a esto materia. Un periodo en el que conoce las malas pasadas de su imaginación unidas a la libre creación de imágenes que como residuos provienen del sueño.
(Un enorme galápago pende sobre su cabeza. No puede mover ningún músculo. Contempla sus enormes, gruesas patas acorazadas de una piel oscurísima y dura. No se mueven. Contempla la concha, la tapa, la parte inferior, brillante y amarilla, de aquel enorme reptil. Ahí está.)
Al volver su cabeza hacia un lado, y a pesar del miedo que le produce el solo hecho de imaginar que aquel reptil podría reventarle la cara por su caída, comprueba que una vez más le visitan “Los Hombres del Espacio”. Uno de ellos está sentado en una silla. Le observa. Camilo se fija en el enorme hueso, una tibia humana, que reposa sobre sus rodillas desnudas. Se fija en que este hombre viste cueros y pieles que apenas le llegan a cubrir el pecho y los muslos, y que le observa con persistencia, una mirada penetrante pero no amenazadora. Camilo solo puede quedarse estático, apresado en su duermevela que no le permite hacer ningún movimiento aunque lo intente. Parece sometido a un estado de catalepsia, de extrema rigidez muscular.
Hay otros seres como este alrededor de su cama. Con similar disposición, callados, sin articular sonido alguno. Camilo se incomoda pero no muestra temor. Sus miradas… sus miradas le ofrecen gravedad, la gravedad de lo que no se encuentra expuesto al tiempo, a lo que perteneció a un lugar y a una época determinada y que persiste por encima de todo aquello.
Y piensa, Camilo, piensa, ¿qué es todo aquello?
Los recuerdos de “aquello” que le pertenece… porque se hayan entretejidos en su naturaleza, en lo más recóndito de su ser que solo surgiese en el sueño porque el sueño muestra no solo lo vivido por él o lo que ha quedado sepultado por otras imágenes a lo largo de su vida, sensaciones más vívidas que no solo ocultan el sustrato, sino lo que forma parte de él en lo más recóndito. En cada una de sus células, un registro indeleble, puramente eléctrico… Un registro que se remonta al principio del ser humano, un principio que es él y que se transfiere de ser en ser, sí, impulsos eléctricos, tal vez la luz más íntimamente grabada en la faz de sus genes… y he ahí donde aquellos seres se aventuran a visitarle, a rodearle con imágenes ancestrales, a colocarle cientos de objetos a su alrededor cuando duerme, a inquietarle con peticiones que Camilo no alcanza a comprender porque no es el mismo lenguaje, no hay encuentro entre referencias posibles, es imposible. Hasta el silencio sobre el que se pergeñan sus miradas es distinto.
A Camilo le visita su propio ser transformado en sueño, el pasado hecho un carnaval de seres ancestrales.
Miles de cuentas minúsculas y negras se han clavado en la pared, alrededor de Camilo. Alarga la mano, enciende la luz y todo aquello desaparece. Quedan pocos minutos para que suene el despertador.

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