jueves, agosto 11, 2011

Diario de agosto

Mi madre desparramada en el sofá ve cómo se ha rapado la cabeza Robert de Niro y camina dando saltitos como una pajarillo. Mi madre se ríe y me dice: "¡mira, mira cómo se rapado la cabeza!, ¡mira cómo le ha quedado el cogote!", y... "¿tú esto ya lo conocías, verdad?". Yo me encuentro leyendo detrás de la pantalla de la televisión. Me levanto del sillón lo suficiente como para descubrir a Robert con sus trescuartos verde de camino a un tipo vestido de negro. Un tipo con gafas de sol de las que ahora todo quisqui lleva y que son molonas. Un tipo ridículo. Ridículo y alto. Robert le hace unas cuantas preguntas y al final le acaba tomando el pelo... "Uhmmm... ¡oiga!, me ha dado un código postal de seis cifras". Y Robert con su cínica sonrisa le contesta algo así como disculpe lo habré confundido con mi número de teléfono. Claro que el tipo de seguridad se queda con su jeta, con la jeta de De Niro, y al final ve al colgao de Robert al cabo de unos días, en otro absurdo mitin de buenas intenciones y llamarnos pueblo y toda esa mierda que en un púlpito, perdón, en un atril con tarima, suena a sangre. Por una parte escucho medianamente los parlamentos de Robert de Niro con Jodie Foster o Harvey Keitel que hace un papelazo (a no ser por la primera escena que interpreta en la película en la que la caga con el puto pañuelo porque es una sobreactuación, rollito soy muy funky y malote a la vez, pasándoselo continuamente por la boca como si fuera bobo) y por otra leo un bestseller donde aparece Manuel de Alvear o Ignacio o el bueno de César. Un novelón de casi mil páginas que no sé si me tragaré, porque a veces es tragárselo.

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