miércoles, septiembre 26, 2018

Suerte

Otra vez Suerte me ha alcanzado.
Me esperaba al final del paseo aquel
donde los maceteros cuelgan de las farolas
y los geranios se llenan de mosquitos.

Suerte aguardó días y días en silencio,
con una mano torcida y las uñas negras de la espera.
La sonrisa era débil,
sus ojos enormes y oscuros
como la mancha que rellena el abandono
en las casas viejas de los pueblos desolados.
La boca tan fina como una hoja de afeitar
donde no funambula ni una sola gota
de sangre.

No pregunta,
sus ropas no crepitan, su paso
es de tan silencioso que duele la piel.

Dan ganas de fumar o de matarse.

Otra vez Suerte,
detrás de mis hombros.
Por mucho que escampe, por mucho que corra
o que ría o que llore, o que me retuerza el dolor
en un azul sin esquinas,
ahí estás mucho más paciente que yo,
mucho más… Más delicada, más británica.

“Suerte, ¿por qué me tratas así?”.
Es idiota preguntar a la que solo tiene un signo,
una dirección, una promesa que no cumple, ni cumplirá nunca.

Suerte me ha encontrado.
Me tiende su mano rugosa y fina a la vez.
Su boca babosa, y sus ojos de tan hondos, míseros.

“Sabes, Suerte, creo que me había...”.
“¡Shhhh!”, me mira tajante y susurra: “Olvida”.

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