-Holaaa... Buenos días. ¿Es el señor 4-núcleos?
-Así es, soy yo. El señor 4-núcleos, ¿qué desea?
(Con voz entrecortada el señor 4-núcleos habló al auricular del teléfono. Una voz entrecortada y temblorosa, como de un viejo que apenas puede moverse).
-Me preguntaba que qué tal le va el teletrabajo, ¿se apaña bien?
El señor 4-núcleos respondió con la misma entonación, sin variar un ápice.
-¿Compañero? Oh, está bien. Mis terminales están adecuados, y tanto la mesa como la silla son muy cómodas. Al principio tuve problemas de cervicales pero lo arreglé con un par de tomos del Harrisson que no devolví a la editorial y que nunca han reclamado.
-Señor 4-núcleos, disculpe... ¿podríamos pedirle un esfuerzo extra?
(El señor 4-núcleos rezongó levemente lo que puso en aviso a su interlocutor, Fuera, llovía copiosamente y el sol no se atrevía a salir. Las calles, en silencio, moribundas, apenas daban confianza. Los días se hacían pesados y extraños.
El silencio se hizo al otro lado del auricular. Pastoso y queratinoso como si el tiempo pudiera ser acariciado y la sensación fuera parecida al tacto rugoso y enfermo de una concha putrefacta sobre una playa oscurecida por una química tormenta).
-...¡Uhmmm! Debo decirles que la rapidez y la organización siempre han sido mi fuerte.
-¿Entonces?
-Los tiempos exigen un esfuerzo por aquellos que no son tan generosos.
-Gracias, señor 4-núcleos. le enviaremos un correo a su cuenta privada. Lo recibirá en un par de horas.
(La comunicación se disolvió, como si nadie hubiera conversado en la habitación. La lluvia, el aire como diminutas esquirlas y en ráfagas apenas tocaba los cristales punteados por miles de partículas de algodón de ceniza.)
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