lunes, noviembre 20, 2023

Un mensaje de 22 de mayo de 2005

El Blogger ("señor que mira") me informa que no trato con un blog que hice en 2005 (¡y este fue el primero, el original, el ubérrimo!) por lo que debo migrar sus datos. 

No solo eso sino que solo he corregido una cosa: el apellido del poeta Tristan Egolf al que alteré sin querer su apellido. Error. Todo lo demás permanece igual. 

domingo, mayo 22, 2005

Roger Wolf&Tristan Egolf

I LOS ZAPATOS DE ROGER WOLFE

Me encuentro que estoy muerto
y que leo a Roger Wolfe
que se pregunta lo mismo,
escrito se encuentra en páginas naranja.

Me encuentro,
puedo fundirme a esa pared
hablar con aquel árbol...
pero no hay árboles
ni esquinas,

Nada... que estoy muerto.
Aceptémoslo.
No podré hacer ya más ventanas,
Ni aquel poema a los zapatos de Roger Wolfe,
¡lástima!

II Y así que yo me encontraba en estas cuando oí al otro lado se acercaba, al otro lado de la pared, por el pasillo... se cerró la puerta del ascensor y los pasos, los pasos al otro lado, la llave que se introduce en el ojal de la puerta y abre la puerta y mi puerta se abre y aparece con un par de bolsas llenas de libros. Antes me advierte que ha hecho una pequeña locurita, y tal.

III Convirtiendo la tierra en un odre gigantesco
de sangre purulenta
que al punto revienta en la cara
para que algunos, encima, se relaman.

La poesía enseña la sensibilidad para entender al otro.
Francisco Brines.


IV El último poeta, un tal Egolf,
ha muerto en el estado de Pensilvania
víctima de un disparo en la cabeza.

El señor Egolf nació en 1971.
El señor Egolf dos libros en la editorial Mondadori.
El señor Egolf "escritor radical estadounidense nacido en Madrid”
reza la esquela de EL PAÏS
domingo quince de mayo de dosmilcinco.
El señor Egolf“su creatividad siempre iba por delante de él,
pero en algún momento empezó a desmoronarse”,
“siempre llegaba al límite de lo que hacía”.

Hay una muchacha. Hay un violín.

El señor Egolf sin calcetines tocaba la guitarra sobre un puente de París
para buscarse la vida que la muerte llega sola,
y el último resuello de la suerte: el hijo de Modiano
un café y publicación en Francia...
¿lo veremos en los atestados cajones del Rastro madrileño un buen día,
sol y gente?

El señor Egolf entre un grupo de personas, todos en tanga,
julio de dos milcuatro,
emulando a la infame foto de la cárcel de Abu Ghraib,
Realizando una impecable pirámide entre un impecable mitin de apoyo a George Walker Bush.
.
Señor Egolf... Si esto es ser “escritor radical estadounidense”
nos encontramos, realmente,
en una sociedad terriblemente enferma.
Señor Egolf... ¿evitaremos el contagio?
DISOLVED CON VUESTRAS PALABRAS LO QUE OS HIERE POR DENTRO.

sábado, mayo 21, 2005

poesía y aguarrás

Mi compañera de curro se pira una hora y media antes. Estoy por pillarme un pedo esta noche. Para seguir con el de ayer. Os doy uno de mis relatos para que lo disfrutéis. No quiero ser pesado porque he creado un blog hace diez minutos y no recuerdo ni el número de pie que uso.
Un chao,
Al.


El agua resbalaba por su gabardina negra. Esperaba impacientemente a su chute diario mientras se fumaba un winston. Pensó que les deberían de pagar a los escritores por hacer publicidad en sus cuentos, además, cuando se espera al chute diario se piensa en cualquier chorrada. Su cabeza ya no daba más de sí. Sintió el metro pasar bajo su sexo por un cosquilleo ridículo. Recordaba aquel concierto en un café decadente y tonto. Fue hace ya muchos años cuando salía con aquel niñato de aspecto frágil pero distinguido que le escribía poemas y le miraba a los ojos con cierta insulsez que le hacía gracia. Pequeños recuerdos que se deshacían al contacto con la lluvia. Ella también quiso ser escritora, ella también quiso ser cantante en un café-concierto, pero acabó mamándosela a un concejal socialista en la Casa de Campo. Toda una Odisea sin Ulises, Penélope había decidido hace tiempo terminar el pulóver verde de la envidia hacia sus compañeras de promoción. Tomó el camino más rápido y no supo girar en la primera curva. ¿Qué era lo que se esperaba de ella? Nada, absolutamente nada. Había coleccionado respuestas aquella tarde aguardando al chute que le proporcionaría Fran, su camello y chulo. Tardaba, y sus zapatos de tacón se habían mojado lo suficiente como para pensarse la idea de tirarse por el primer puente que le condujese a la tranquilidad que siempre, y sin pagar nada a cambio, había deseado. Al cabo de un par de cigarrillos encendidos con la brasa del anterior, Fran, su chulo y camello, apareció doblando la esquina del fondo. Suspiró aliviada.
-Ey!, cariño, ya estoy aquí.
-Ya era hora, cabrón.
Arrojó el cigarrillo a los pies de Fran y se quedó mirándole fijamente a los ojos. No le importaba en absoluto que en ese momento le pegase una hostia en la boca.
-Ya sabes, unos chicos me han pedido una dosis más. Querían montar una orgía y no sabían a quién acudir. Así que tuve que venderles toda.
-¿Toda? ¿Toda, maldito puerco?
- Me he sacado el doble y era una mierda. Je, je,je.
Fran tenía los dientes podridos. Igualito que Javier Bardem en aquella película.
- Eres un cerdo.
- No te inquietes, chiqui. Tengo esto para ti. Es buena. La mejor¼, para ti¼, coge…¡ tómala!
- Menudo susto me has dado.
-¿Ya estás llorando otra vez? ¿No ves que odio que llores? ¡Es la ultima vez! ¿Te enteras? ¿Eh¼, te has enterao?
Le cogió el brazo y la zarandeó. Ella mantenía en su puño la papelina, la apretaba con fuerza, no se le fuera a caer al suelo.
- Suéltame, puerco. ¡He dicho que me sueltes!
La soltó y escapó corriendo a por una jeringuilla, una goma, un poco de sombra para esconderse, aunque esto cada vez lo hacía peor o le importaba cada vez menos.
- Mecago en todos sus muertos. Maldito cerdo me echao por amante - gritaba mientras esquivaba a la gente. -Su puta madre debía estar contenta con él, el muy cabrito.
Llegó a unas ruinas que se decían árabes. Por el ladrillo visto corrían mansos hilos de agua, sencillos espejos que empapaban la tierra. Bajó unas escaleras metálicas y a punto estuvo de cargarse los tacones con unas traicioneras rendijas en los peldaños.
- Mejor sería que me quitara los zapatos. Algún príncipe los encontrará y sabrá sacarme de esta mierda.
Al llegar a la hierba miró hacia arriba. La gente callejeaba o volvía con paso apresurado desde sus trabajos. Algún chiquillo arrastraba la cartera llena de libros. Las madres tiraban de los más pequeños o les daban la merienda. Unos muchachos se fumaban unos porretes y el más divertido hacía aspavientos o contaba alguna cosa que quería hacer pasar por anécdota. Las nubes allá arriba no le decían nada.
- Si por lo menos fueran algodón dulce y se pudieran comer¼- volvió a hablar, esta vez entre dientes.
La jeringa estaba a punto. El brazo también. Las nubes en su sitio, resbalándose silenciosamente entre el viento. La calma tenía nombre; la tranquilidad, todo el espacio giraba en torno a ella, lavándole el corazón aunque fuera con aguafuerte, peinándola como una madre peina a la hija, sintiendo cómo sus manos pasaban por su cabeza, las manos de su madre que la observaba con ternura. Las nubes comenzaron a deshilacharse y el cielo se abrió lentamente, sólo para ella. Sólo para ella un desnudo rayo de luz le tocó la cabeza y la durmió para siempre.
Su madre volvió en el momento en el que los muchachos del Samur intentaron reanimarla.


 

No hay comentarios: